Otros tiempos
Hace ya varios años, cuando mi bisabuela aún vivía y yo era todavía un enano de diez años, recuerdo oírla mascullar que no se creía que el hombre hubiera llegado a la Luna. Aún la veo con su pañuelo negro cubriéndole la cabeza, su pelo blanco y su cara arrugada como una pasa. Era una mujer con carácter, el carácter que te dan 92 años dedicados al campo en tiempos de la guerra civil y tener que sacar una familia adelante.
A mí me hacía gracia por su forma de vestir y sus anécdotas que siempre repetía; como cuando pasó un jamón por la frontera. Se levantaba todos los días a las seis de la mañana y se daba un paseo de varios kilómetros. Ciertamente era historia viva de España que yo aprendía todos los veranos cuando visitaba su casa en Valdenoceda. Entonces la vida era radicalmente opuesta a la actual.
Me fascinaba que aquella mujer se negara a aceptar lo obvio. Que el hombre había pisado la Luna, era algo que hasta sabía yo, un niño de diez años.
Yo me lo creía sin someterlo a una duda razonable, cosas de la edad y seguramente porque pertenecía a otra generación que no había tenido que trabajar en el campo, ni tocar un arado, ni vivir al lado de una cuadra (por mucho ruido y sartenes sucias que dejen mis compañeros del SPK).
Mi generación, la de Naranjito, estábamos cambiando las partidas a la rana o la Brisca por la videoconsola y las verduras de la huerta por los carritos del supermercado.
Progresivamente nos hemos rodeado de tecnología convencidos de que nos hará más feliz. Espero que estemos en lo cierto. A veces, en las noches de verano, hecho en falta tirarme en la era a ver las estrellas.
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