Atento a las señales
Ayer fue un día extraño. De los que al final sólo te puedes reír, porque no sabes como explicar toda la retahíla de casualidades que te han ido ocurriendo. De hecho no creo que entendáis más de la mitad, pero debo contároslo.
Todo comienza sobre las 2:35 la esta tarde en una de las bocas de salida del metro de Retiro. Allí una figura misteriosa, a la que a partir de ahora nos referiremos como X, aguardaba pacientemente.
Salí del metro subiendo las escaleras despacio, para que mis ojos se acostumbraran a la luz. Allí estaba, con su parca negra, esperando de pie junto a su maleta. Después de intercambiar la contraseña, nos pusimos en marcha. Mientras paseábamos alrededor del Retiro, como una pareja más, le iba explicando los pormenores de mi misión. Mientras hablamos yo vigilaba para asegurarme de que pasamos desapercibidos y nadie nos seguía. Al volver la cabeza me sorprendí al ver un hombre elegantemente vestido que nos cortaba el paso. Después de unos segundos en silencio, muy educadamente nos preguntó si teníamos habitación reservada a la vez que abría la puerta de un lujoso hotel. X pareció no alterarse y le contestó que ya disponía de alojamiento pero que en su próxima visita no dudaría en hospedarse allí. El hombre satisfecho con la respuesta, le entregó una tarjeta de visita. Mis órdenes eran muy claras, proteger a X y no apartarme de su lado hasta que cogiera aquel tren. Por ahora la cosa marchaba sobre ruedas, no me desviaría del plan inicial, salvo nuevas instrucciones.
Nos dirigimos hacia la estación de Atocha, buscando un sitio tranquilo donde poder comer, ninguno de los restaurantes por los que pasamos parecía satisfacerle. Después de un buen rato caminando nos sentamos en una terraza delante de la estación de Atocha. Era un lugar un tanto ruidoso debido al continuo vaivén de coches, motos y demás vehículos motorizados. El camarero muy atentamente nos dio la carta y después de pedir nos sirvió la comida.
Mientras comíamos X me contó acerca de su próximo viaje al continente africano. No sabía mucho sobre X, sólo que con su dominio del francés no tendría problemas para pasar desapercibo como un turista más.
En cuanto a mi misión me fijé en que el camarero de la terraza nos prestaba excesiva atención ya que muy discretamente seguía nuestros pasos desde en interior de la cafetería. Convenía tener los ojos bien abiertos.
Continuamos charlando mientras comíamos, hasta que una figura un tanto siniestra se acercó a nuestra mesa. Era un hombre con aspecto de vagabundo, su apariencia era realmente lamentable. Me miró y me dijo que necesitaba dinero, que tenía familia y hambre. Que no me deje influenciar por las apariencias, que era buena persona y que sólo pedía para comer. En sus ojos pude leer que no era eso lo que quería, estaba tratando de decirme algo. Yo le seguí el juego y busqué unas monedas que darle, pero el camarero al verle, apresuradamente se acercó y gritándole le echó a empujones de la terraza. El vagabundo se fue murmurando en dirección a la terraza contigua.
A lo lejos subiendo por la calle se aproximan dos hombres agarrando un mono de peluche blanco de dimensiones descomunales. Iban riéndose y bromeando con el peluche. El vagabundo seguía quejándose de que lo más importante se encontraba en el interior, pero iba levantando la voz progresivamente. Al pasar el peluche a su lado, este se puso a gritar al camarero que le había echado, “estáis ciegos, lo importante se encuentra en el interior”. Toda la gente de la terraza le tomamos por loco. Aquella estampa comenzaba a inquietarme.
Terminamos de comer y nos dirigimos hacia la estación de tren, aún teníamos 20 minutos. La estación de trenes estaba abarrotada de gente y era difícil esquivar a todos ellos. Delante de mí pasó una mujer y mi mirada se quedó clavada en ella, su cara me resultaba familiar, conocía a esa mujer. No pude acordarme, pero conocía a esa mujer. Me quedé pensativo y discretamente me miré mientras X compraba el periódico y algo de beber en una tienda. Sólo quedaban 5 minutos para que saliera el tren y nos dirigimos a los andenes. Al pasar por los torniquetes había dos revisoras que pedían los billetes, X le entregó el billete a una de ellas. Estaban hablando entre ellas y una le comentaba a la otra, “Que graciosos, ¿no? ¡Vaya mono era enorme!”. Por allí también había pasado el orangután.
Una vez en el abarrotado andén nos cruzamos con la típica pareja que se despedía y unos cuantos metros más adelante se adivinaba una mancha blanca que rápidamente identifiqué. Era el dichoso mono. En ese momento anunciaron el tren que estábamos esperando por megafonía. El tren entró en la estación creando un gran estruendo. Paró y las puertas se abrieron. Ya estaba a punto de terminar mi misión. X subió los escalones del vagón, la pareja se despidió y la mancha blanca del fondo desapareció dentro del tren. El vagón quedó desierto en par de segundos. Sonó un silbato y las puertas se cerraron. Volvió a sonar un silbato y el tren se puso en marcha.
Entonces me dí cuenta de todo, me acordé de quien era aquella mujer y todo lo demás comenzó a cobrar sentido. Se trataba Nora Robinson ex-espía alemana que a través de una empresa de tecnología alemana se infiltró en 1987 en Irak para pactar la construcción de un sistema de misiles Cóndor conocido con el nombre en clave “Vector”. Por aquel entonces los Cóndor eran capaces de transportar 500 kilos de carga, peso equivalente al de una cabeza nuclear. En la actualidad el armamento químico y bacteriológico no requiere de esas cantidades y las cabezas pesan en torno a 50 kilos. Afortunadamente el proyecto Vector no siguió adelante y se comenzaron a centrar en los misiles Scud rusos, aunque se sospechaba que el proyecto se llevaba en secreto. Se acusó varias veces al gobierno irakí de poseer armamento biológico y armas de destrucción masiva pero como Bush ha demostrado esto no era real .
No podía ser casualidad que Nora estuviera allí, las casualidades no existen. Al igual que no podía ser casualidad que nos topáramos con aquél mono de nuevo.
Las palabras del vagabundo volvieron a mi cabeza, “lo importante se encuentra en el interior” decían. ¡Claro! La clave estaba en el mono. No podía ser de otra forma. Aquel chimpancé de enormes proporciones no era más que la perfecta tapadera. La perfecta tapadera de un plan minuciosamente calculado por X para transportar algo que no querían que nadie viera. Algo de un alto poder devastador que poder alojar en los misiles Cóndor II que esperaban a ser lanzados. Algo con que vengar la muerte de un líder condenado a la horca.
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